Discurso del Papa Benedicto XVI al final del Concierto con ocasión del 60º aniversario de la Declaración universal de los derechos humanos
Ilustres señores y amables señoras; queridos hermanos y hermanas:
(Saludos y agradecimientos)
Hace sesenta años, el 10 de diciembre (1948), la Asamblea general de las Naciones Unidas, reunida en París, adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos, que constituye aún hoy un altísimo punto de referencia del diálogo intercultural sobre la libertad y los derechos humanos. La dignidad de todo hombre solamente queda garantizada cuando todos sus derechos fundamentales son reconocidos, tutelados y promovidos. Desde siempre, la Iglesia reafirma que los derechos fundamentales, más allá de la diferente formulación y del distinto peso que pueden revestir en el ámbito de las diversas cultural, son un dato universal, porque está inscrito en la naturaleza misma del hombre.
La ley natural, escrita por Dios en la conciencia humana, es un común denominador a todos los hombres y a todos los pueblos; es una guía universal que todos pueden conocer. Sobre esa base todos pueden entenderse. Por tanto, en última instancia, los derechos humanos están fundados en Dios creador, el cual dio a cada uno la inteligencia y la libertad. Si se prescinde de esta sólida base ética, los derechos humanos son frágiles porque carecen de fundamento sólido.
La celebración del 60º aniversario de la Declaración constituye, por consiguiente, una ocasión para verificar en qué medida los ideales aceptados por la mayor parte de la comunidad de las Naciones en 1948 son respetados hoy en las diversas legislaciones nacionales y, más aún, en la conciencia de los individuos y de las colectividades.
Sin duda, se ha recorrido un largo camino, pero queda aún un largo tramo por completar: cientos de millones de hermanos y hermanas nuestros ven cómo están amenazados sus derechos a la vida, a la libertad, a la seguridad; no siempre se respeta la igualdad entre todos ni la dignidad de cada uno, mientras que se alzan nuevas barreras por motivos relacionados con raza, la religión, las opiniones políticas u otras convicciones. Así pues, no ha de cesar el compromiso común de promover y definir mejor los derechos humanos, y se debe intensificar el esfuerzo por garantizar su respeto.
Acompaño estos deseos con la oración para que Dios, Padre de todos los hombres, nos conceda construir un mundo donde cada ser humano se sienta acogido con plena dignidad, y donde las relaciones entre las personas y entre los pueblos estén reguladas por el respeto, el diálogo y la solidaridad.
A todos imparto mi bendición.